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-, i61 nos .de la madre de Jesús. Humanidad, pero tesoro. No hemos de extrañar la ofrenda. Le dieron lo que su país tenía de más hermoso y más rico. A veces nosotros sentimos el desaliento cuando nos presentamos cara a cara de Dios. Venimos en pere– grinación al templo de Dios. Peregrinos después de un recorrido de trabajo de fábrica, de hogar, de cla– se, de bar y café,. quizá de juerga y de pecado. Venimos a Dios después de la charla insulsa y va– na, del enloquecido comercio, del ·amor '.manchado, de la frivolidad o de la injusticia, es decir, después de recorrer los caminos de una humanidad doliente y empecatada. No hay que buscar la o_frenda para el Señor que pide y exige porque se lo debemos. Sólo basta con entrar en casa de María, postrarnos de hi– nojos y abrir nuestras arcas donde almacenamos nues– tros dolientes tesoros, oro, incienso y mirra, traduci– dos en asco y pecado. Y ,dejarlos ,en manos de María para que se los presente como despojos de un largo caminar y de un delinquir estúpido. Ella lo hará bien. Dios exige lo que tenemos. Nada más. Por otro camino se volvieron a su tierra. «Advertidos en sueños por Dios de que no vÓlvie– ran a Herodes,• regresaron a su tierra por otro ca– mino» (Mt. 2, 12). En esto acaba la política de los hombr,es contra Dios. No nos damos cuenta de que mientras no ate– mos a Dios de pies y 1nanos, mientras no lo encerre. mos, muerto a cuchilladas o martillazos, ,en un se– pulcro que no pueda abrir El mismo, estamos en _.condiciones de inferioridad. Y Dios no muere, aunque lo grite Nieztche o un jefe cualquiera del comunismo. A Dios ie ·basta el dormirnos. ui;i poco de tiempo · y 11

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