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que termina en el abrazo más exquisito de Dios. Hu manidad desamparada que termina ,en transforma ción divina. Y es entonces cuando todo queda absor. bido por la celestial dulzura del encuentro amoroso. Alegría que se desborda como el perfume de aquella tarde en que los magos encontraron a Dios. Alegría, gozo cumplido, satisfacción indefinible, hartura con– sumada. Todo como una fuente perenne que salta hasta la vida eterna. Y entrando en la casa... Para esta hora estaban purificados. Habían enten· dido sin duda alguna el don de Dios. No les ,extra•. ñó la pobreza de aquella casa. Todo indicaba que el nacimiento del Mesías no había tenido resonancias reales. No había trascendido más que el hecho vul– gar y corriente, tributo mezquino que la vida da a:. los pobres. Por eso no les extrañó la pobreza. De otro modo su desilusión hubiera sido enorme y habrían sufrido el fracaso más rotundo. Pero Dios, con las últimas experiencias, a última hora, les había purificado para que pudieran entender· la humildad, sencillez y ternura de sus cosas, las. cosas de Dios. Dios hace sus maravillas en silencio y sin relumbre.. «Entraron en casa y encontraron al Niño con Ma– ría, su madre; lo adoraron de hinojos» (Mt. 2, 11). No cabe otra postura. Entrando en casa de Dios no e.abé· sino la humildad. «Y encontraron al Niño con María, su madre». Ahora están ya en el santuario íntimo donde se en– cuentra Dios con su madre. Camino duro de ascética, .. camino oscuro de humildad, camino de hombre tra· ·

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