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- 147 dolor que nació en el tiempo para prolongarse a tra– vés de los tiempos. Pero dolor que recogió ,en su corazón como cosecha de muchos días que se recoge en uno sólo. Dolor concentrado. Dolor sumiso, reco– gido, oculto como fuente y manantial subterráneo que espera la hora de salir a la luz en una mañana pri– maveral. Y la prosperidad de muchos. Sería exagerado, casi impío, pensar a María caída en el desaliento y postración espiritual. Dolor mustio, tirado, flor de aroma enrarecido, desilusión. Hemos dicho más de una vez, y lo hemos de afirmar muchas más, que la vida de María, como la de Cristo y todo cristiano auténtico, no creció en la tristeza ni en el pesimismo. María en su inmenso dolor -dolor no es sinónimo de tristeza:_ no mascó el pan duro y amar– go de la tristeza sin consuelo. (Enfermedad muy co· rriente en un mundo nacido del dolor y ,en él crecido y afincado). María en su inmenso dolor tuvo siem– pre el consuelo de un Dios cercano y acariciador. María vivió siempre en el optimismo y en la franca y abierta alegría. Esta primera punzada de la espada de Simeón vierte en su corazón, más que el dolor de :mil hijos perdi– dos, apartados, pródigos, el consuelo de los que ,en Cristo Jesús encontrarán auxilio y salvación, mano amiga, vida inmortal, gozo inacabable. María se pre– senta como la Madre del Mesías que vence al pecado, a la muerte, al infierno y destornilla para siempre las puertas del cielo, portalada inmensa por donde entrarán los hijos que lucharon y vencieron apoyados en la cruz de Cristo, su Hijo. María se regocija y canta exultante por el triunfo

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