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Sólo no cabe el miedo a la muerte en el que se humilló, ,en justicia y santidad, para ser transformado, en Dios. El santo. La profecía de Simeón. «Su padre y su madre estaban maravillados de lo· que Simeón acababa de decir de El» (Le. 2, 33). Ma– ravillados no porque no supieran la realidad de aquel Niño. Estaban en la verdad. Sabían perfectamente su origen y su misión. La habían medita.do más de una vez a lo largo. de los días. Habían oído el testimonio, del ángel en Nazaret y de los pastores en la noche del nacimiento. No les cojía de improviso las pala– bras del Anciano, pero se maravillaban porque hasta ahora nadie había hablado así de aquel Niño. Además. para una madre todas las palabras referentes al hijo• son algo tan extraordinario que maravillan. «Simeón los bendijo y se dirigió a María para de– cirle: Este Niño está puesto por Dios para traer la ruina y la prosperidad a muchos en Israel y será signo de contradicción; tu misma alma quedará atravesada por una espada, para que se ponga de manifiesto la actitud que ante El adopta cada uno». (Le. 2, 43-36). No nos dice más el Evangelista. Pero la visión del Anciano profeta es de una proyecdón tan certera y cabal que asusta ,el considerarla· a tanta distancia de tiempo. Y hoy día se hace tan real como si acabara. de decirla, tan presente como. si hoy mismo saliera de sus labios esangües e inspirados. A María se le heló el corazón. Ahora llevaba en .. sus brazos la bandera plegada. Subió la emoción a su rostro y comenzó el calvario de su vida. El Niño,. <lormía en su regazo. Ella temblaba como quien lleva. un león dormido y sabe va a despertar.

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