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142 - la muerte. La muerte le asusta. Quizá por -este miedo a encontrarse con la nada. Por el adiós que supone a todo, aun a sí mismo. La lleva en el corazón como una sombra helada. Perro negro que le acecha. ¿Y esto qué es? Sencillamente que no hemos visto la Luz o por lo menos que no la hemos amado. No se tiene o no se vive la fe. ¿Miedo a la nada? Es estúpido pensar en la nada después de la muerte. Dios existe y -estamos trabaja– dos con madera de inmortalidad y no con madera de sueños. Trabajados y rociados con sobrenatural vida. Corre por nuestra alma sangre inmortal. Es estúpido pensar en la nada. ¿ Te puedes imaginar ni siquiera a ti mismo como no existente? ¿Miedo a perder algo? Precisamente la muerte es encontrarse a sí mismo, en la inmortal raíz. ¿Adiós? Sí, pero para encontrarse de nuevo. Si tememos tanto a la muerte es porque no hemos creído y amado al que vino a traernos la paz, al que venció a la muerte. Simeón no la tuvo miedo. ¿Desesperación? ¿Abu– rrimiento? ¿Cansancio? Más bien esperanza, deseo, go– zo, seguridad. Tenía fe y amaba la Luz. «Hombre recto y dado a la piedad... », no temía el cara a cara con lo definitivo. También aquí, en este careo con la verdad, puede radicar el miedo a la muerte. ¿Egoísmo? Cabe. Pero al fondo está el miedo al eco de la voz de Dios: moriréis. Llevamos el cas– tigo a nuestro pecado en el miedo a la muerte. Por– que quisimos hacernos dioses o divinizar las criaturas. Orgullo. Quizá aquí radique tanto miedo. Ridículo de vernos donde no quisimos y donde no imaginamos. Palpar lo que quisimos olvidar cuando intentamos ha– cernos como dioses o vivir como tales. !dolo.

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