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140.:- revelado que no moriría sin haber visto antes al Un– gido del Señor». (Le. 2, 25-27). Y es que en medio de la incredulidad y de la co– rrupción y de la postración espiritual brotan, como entre el cieno, almas puras, almas de Dios. Hombres: que levantan los ojos al cielo y saben copiar su lim-· pieza inmaculada. Almas que saben entrever: bajo la podredumbre y el materialismo, la presencia de lo sobrenatural y divino. Esto ocurre y ocurrirá siempre. Dios no ha de ser descartado tle entre la vida de los hombres. Su gracia ha de andar corriendo siempre por el mundo, aunque más de una vez lo haga por fondos subterráneos. Dios ha de realizar su obra maravillosa de santificación en las almas aunque haya quien se oponga con furia rabiosa. Estamos acostumbrados a encontrarnos con almas que descuellan entre la pequeñez de muchos cristia– nos acomodaticios y facilitones y entre pigmeos de es– píritu raquítico, negadores de Dios. Almas que con– suelan y que prueban que ante Dios tiene que doble– garse todo lo que lleve el signo de materialismo y mundanidad. Y vino al Templo... Dios había pensado en él, Simeón, para esta hora. Nos dice san Lucas: «A impulsos, pues, del Espíritu Santo, vino al Templo; y cuando entraban los padres con el Niño Jesús, para cumplir lo que con El había que hacer según la Ley, lo tomó también en sus brazos y alabó a Dios con este cántico: Ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo vaya en paz, una vez que has cumplido tu promesa;

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