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- 129 María sintió una dulcedumbre y un sabor de .cielo al sentirse cercana a las promesas de Dios en su Hijo, ya que sobre su Hijo recaían más directamente que · en nadie las promesas de Dios a su siervo Abraham. El nombre· de Jesús. «Le impusieron el nombre de Jesús... » (Le. 2, 21). Y ahora el consuelo más gozoso. Se cumplían perfec• tamente las palabras del ángel. No es que dudara ni temiera. Sencillamente revivía sus esperanzas. Tocaba las promesas, recogía lo que tantas veces había so– ñado en el espacio de nueve meses. Por encima de todo veía la mano -de Dios. Su sueño había recaído una y mil veces en el Mesías Salvador. Ahora le abrazaba revestido con el nombre suavísimo de Jesús. Comenzaba la salvación para el pueblo judío y para el mundo pagano de quienes ya se sentía madre y corredentora. Y venía la salvación al mundo por un judío. Judío de nacimiento y judío por la ley y la circuncisión. No creo que sea excesivo avanzar en esta glosa a la vida de María si la vislumbramos ya como :madre y corredentora nuestra. No hemos de verla nunca apartada de la función de madre de Jesús, Salvador. Aquí es cuando comienza a llamarse la madre de Jesús, el Salvador. Dios concedió a Adán la ciencia exacta para poder dar a cada cosa su nombre verdadero. Y todo era conforme y exacto a su nombre. Ahora cuando Dios impone al Niño el nombre de Jesús también le re– sulta exacto. María se goza. Por fin puede cantar en presente la obra de la Redención. Porque la Reden– ción comienza ahora que ya tenemos al Salvador. ¿No será un fracaso en la ciencia que después de o

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