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128 - .heredero de sus promesas, Pero es condición impres– cindible para entrar en el número de los hijos del publo de Dios y participar de sus promesas, la señal de la circuncisión. María, judía, hija de la familia de David, no quiere quebrantar el precepto de Dios y se dispone a la circuncisión del Niño. Hoy casi no lo entendemos. El que era Hijo de Dios por naturaleza tiene que pasar por el dolor de una circuncisión, señal externa de adopción, para en– trar en el número de los hijos del pueblo de Dios. Estaba mandado que la ceremonia sangrienta la hiciera un judío cualquiera. O el mismo padre. El Evangelio no nos dice nada sobre el rito. Jesús fue ,circuncidado al cumplir los ocho días. No es abusar de imaginación si nos representamos a José rasgando las tiernas carnes del Niño. Parece lo más natural. No conocían a nadie, eran extranjeros en Belén. Además la ceremonia era familiar y segu– ramente no hubo testigos para ver a un Dios reba– jado hasta el punto de ser uno de tantos judíos mar– cados con una señal sangrienta. María fue la primera mujer que sintió el calor de aquella sangre sobre sus manos de madre. Ella fue quien recogió las primeras lágrimas del Niño Dios. La ceremonia se hacía sin anestésicos y hemos de imaginarnos el dolor agudo en el cuerpo de aquel Niño delicado y tierno. Casi sentimos el escalofrío que recorrió el cuerpo de María y el consuelo de su espíritu ante una ley cumplida a costa de dolor y de ·sangre. No entendemos la realidad. Vivimos demasiado fia– dos en las experiencias. No cotejamos lo aparente con 1o íntimo y real. Lo externo parece que hace sudar el espíritu cuando a lo íntimo lo regocija.

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