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-" 119 Nos gustaría saber muchas cosas más. Esa es la verdad"'El hombre quiere saberlo todo. Porque el hom• bre es curioso y además inquieto. Tiene como un cos• quilleo que le desasoiega hasta que sacia su apetito de saber. Esto desde el Paraíso. Pero no hace falta saber muchas cosas para aprender a amar y a ado– rar un misterio de amor. Él Evangelista nos dice lo preciso: «Encontrando a María y a José con el Niño, acostado en el pese– bre» (Le. 2, 16), tal cual les dijo el ángel. ¿Para qué más? Yo creo que el mundo necesita aprender la lección de la sencillez. Aprender que lo más entra– ñable, por ser lo más sencillo y lo más tierno, es una madre con el hijo en los brazos. Y cuando ese Hijo y esa madre se llaman Jesús y María, la lección es insuperable y perfecta. Si el :mundo lo aprendiera bien, bastaba esto solo para curar sus males y hacer que naciera de nuevo en su alma la alegría que ha perdido. Eso es todo. Sólo le restaría lo que a los pas· tores, postrarse de hinojos a los pies de Nuestra Se· ñora para rendirle honor y para adorar a su Hijo en quien reside toda verdad, todo amor y toda ale,gría. Porque los pastores adoraron a Dios acunado en los brazos de María. Es una reflexión que :merece hacerse. Si no hubo ofro camino para aquella alegría de medianoche que el regazo de María ni otro trono para rendirle ho– menaje de adoración que los brazos de María, ya es hora que aprenda el mundo que fuera de María, en quien reside JeslÍs, no ,existe ni puede existir la alegría. No la hay y no s~ la puede encontrar. La alegría del Salvador que espera el mundo está con nosotros y nos la trajo la Virgen de Belén. Y el mundo la espera.

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