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- 117 tearon el problema porque no· existía. Nosotros hu– biéramos calculado las dificultades, los inconvenien· tes, sin parar la atención en las probabilidades que aquí eran certidumbre. Se lanzaron a la aventura casi díspuestos al ridículo. Y lo natural sería decir que creyeron_ con ingenuidad y con un lote de razón na– cido en sus corazones sencillos a fuerza de expe· riencia. A veces damos el nombre de prudencia a lo que en buena lógica no es :más que una excesiva impru– dencia. Los pastores creyeron convencidos de que en la voz de Dios no caben los engaños ni las intrigas. Sencillez y amor. Y acaeció que al partir los ángeles se decían unos a, otros: «Vaya.mas a Belén a ver este acontecimiento que nos ha hecho conocer el Señor. Y vinieron presu– rosos... » (Le. 15-16). Pasado el milagro del ángel, todo volvió a la realidad triste y escueta. Realidad que nos declara el Evangelista en la decisión de los pas– tores. Casi se adivina la discusión o por lo menos una decisión tomada en común: Vayamos a Belén a ver este acontecimiento que nos ha hecho conocer el Señor». No era .e] momento para :menos ni las cir– cunstancias p?,ra pasar por alto ni retardar la res– puesta. Cuando hubo prisa para anunciar el mensaje también la habría para adorar el misterio. Seguramente que en su intención no entró la cu– riosidad, a no ser a distancia y en un plano muy su· perficiaL Actuó su espíritu de fe y de obediencia, ,el deseo de adorar y bendecir el don ,de Dios. Por ,eso dicen: «... a ver este acontecimiento que nos ha hecho conocer el Señor». Esto no es lo normal y lo corriente. El hombre es un complejo de curiosidad, de romanticismo y de novedad. Juega mucho, a veces demasiado, con lo

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