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116 - abrirles el corazón a la alegría y a la esperanza. Des• pués lo concreto. lo específico de su :mensaje. No lo esperaban, ni se lo imaginaban. Es tan grande el don de Dios que, aunque lo estemos soñando intensa y constantemente, lo vemos tan lejos y casi tan fuera de la realidad que cuando llegamos a palparlo nos sobrecoge. Por eso se les abrió el corazón y se les ensancharon los ojos como alucinados cuando oye– ron la noticia: Os ha nacido el Mesías. Pero si no bastaba la señal de un ángel rompien• do la paz del silencio y de la noche y el dormir de los ganados, les ofrecía el detalle de un Niño recos– tado en un pesebre y envuelto en pañales. No era la señal que esperaban y que un día habían soñado. Ellos contaban con la gloria y et esplendor que correspondía al Salvador de Israel. Lo mismo que nosotros, porque estamos acostumbrados a medir la dignidad de una persona y su importancia por el caudal de dineros o lujo de su morada. Pero Dios escribe, cuando se trata de amor, con letras de hu– mildad. También ha habido quien lo ha comprendido. Y por si fuera poco un ángel que habla desde la gloria y majestad de un resplandor de cielo, se le juntó «una :multitud del ejército celestial que daba gloria a Dios cantando: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Dios tiene sus complacencias» (Le. 2, 13-14). Los pastores en camino. La reacción fue lógica en hombres sencillos que vivían sin prejuicios, fiados tan sólo en su experien– cia. Eran hombres de buena voluntad, del agrado di– vino, en quienes Dios tenía sus complacencias, como cantaron los ángeles con gran regocijo. No se plan-

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