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104- Otro diálogo, ahora mientras caminan hacia la gru– ta de las afueras del pueblo: ..,.....María, tendrás frío. Es noche de invierno y... -No importa, José. Yo tengo otro sol y otra luna y me acechan las estrellas... Ya es de noche. Van dejando a un lado la ciudad medio dormida. Está metida en sus meditaciones fa– miliares inundada en preocupaciones y asuntos de ne– gocios. El mundo es así de irreflexivo, casi diríamos atolondrado. El Evangelista Lucas se amarga en un detalle do– loroso cuando dice: «No había lugar para ellos en la caravanera» (Le. 2, 7). Y san Juan: «Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron» (Jn. 1, 11). No le recibieron, sin duda, porque no entendieron su mensaje. No entendieron el misterio de amor que se les venía encima como una nevada de milagro o una luna llena por la ventana entreabierta. No en• tendieron el misterio de aquella tierna noche de in– vierno. A Dios no le entendemos. Pero lo peor es que ni siquiera intentamos cobijarlo una noche en nuestra ciudad, en nuestra casa o en nuestro corazón. Pero Dios no deja por eso de venir al mundo. Dios se cobi– ja mientras llega la hora del triunfo en la miseria, en la intemperie, en la pobreza o en el ridículo. Quizá en un convento de clausura. Donde sea. Pero Dios cúmple sus planes y los saca adelante y siempre con un ritmo creciente de amor. Como en esta noche. Y siguiendo las pisadas del gris jumentillo llega– ron a las afueras de Belén. Una cueva. Lo arreglaron todo con. mimo y con cariño. Humildemente porque así lo quería nuestro buen Dios.

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