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Morir con la mano cerrada SCRIBE Miguel de Unamuno, en su «Diario íntimo», haber oído contar que cierto hombre murió en el hospital y al ir a ungirle el sacer– dote en el momento de la Santa Unción no quería abrir la mano derecha que la tenía fuertemente ce– rrada. Los familiares pensaron que la enfermedad le había agarrotado los músculos. Una vez muerto vie– ron con sorpresa que tenía en ella una moneda. . El escritor hace de esto un pequeño comenta– rio: «Así hacen muchos -escribe- sólo que en vez de la mano cierran el espíritu y quieren guardar el mundo en él. No veía el pobre que una vez muerto, su mano no sería ya suya, sino de la tierra». Y es que las cosas se nos van pegando de tal forma y las sentimos tan cercanas, que por ellas, a veces, perdemos cosas tan entrañables como la amistad, la ilusión, la esperanza, la fe. De cuando en cuando conviene abrir las ma– nos haciendo gestos de generosidad, con el fin de que no se nos queden agarrotadas apretando la pura materialidad de las pellas de barro. Entre las manos abiertas está el asiento de la generosidad... 97

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