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Te juego el burro ECIMOS que los ninos no ven peligro en nada y que cualquier cosa les distrae. ¿ Y los mayores? Dejamos pasar lo valioso y nos va– mos tras lo menos importante. San Bernardo apostó en cierta ocasión con un labriego a que no era capaz de rezar un Padrenues– tro sin distraerse. -« Te juego el burro», le desafió el santo. Aceptó el labriego la apuesta, cerró los ojos; pero a medio Padrenuestro se volvió al santo para preguntarle: -«¿La albarda también?». Hay muchas «albardas» que nos distraen de lo sustancial de la vida: damos excesivo valor a lo que no permanece, a lo que vale poco, a lo efímero. Pensemos, por ejemplo, que llenamos la casa de co– modidades y nos falta tiempo para estar en casa; que colmamos la nevera de alimentos, y comemos precipitadamente; que alabamos la familia y vivimos alejados de ella; que decimos que la vida es maravi– llosa, y nos la jugamos en las prisas de cada día; que nos matamos ahorrando, y el dinero nos consu– me la salud, que queremos ganar el mundo, y dese– quilibramos el alma ... Es decir, son las «albardas» las que nos dis– traen de calibrar la vida, que es la razón de la «apuesta» que tenemos empeñada. La apuesta de San Bernardo con el labriego se pudiera traducir hoy así: ¿A que no eres capaz de vivir un día como pw– sona? 95

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