BCCCAP00000000000000000000796

Los perros van al cielo L escultor santanderino Jesús Otero es un amante de los animales. En la piedra arenisca que él trabaja ha esculpido muchas veces a estas criaturas del Señor, siempre en actitud pacífica y de amistad. Cuenta un reportaje de prensa que este octo– genario escultor padeció una fuerte crisis en su pecu– liar espiritualidad cuando murió su perro «Sultán», uno de sus perros preferidos. Jesús Otero rezaba to– dos los días por «Sultán», lo mismo que el poeta Juan Ramón Jiménez por el burrito «Platero», para que tuviera un cielo feliz. · La anécdota de la crisis que le morcó profun– damente estuvo en que cierto día un· «experto en teología» le dijo que los animales «no iban al cielo». A este escultor de toros y vacas y ciervos y cabras y salmones y rebecos y bisontes se le venía por tierra su teoría de «que algunos irracionales, sólo les falta– ba el don de la palabra para ser iguales al hombre». -«¿Mi perro «Sultán» -pensaba- no tendrá pasaporte celeste?». No se angustie, mi buen amigo «Chus». ¿Quién ha sido ese «experto en teología» que le ha dicho tal tontería? ¿De dónde ha sacado ese «teólo– go» que los animales no van al cielo? ¿Quién se lo ha revelado? Pregúnteselo a ese San Francisco de Asís en el que está trabajando ahora su mano maestra de escultor y ya verá lo que le contesta: «Nada de lo que Dios creó se pierde». 88

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz