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lle. El barrendero de m1 calle L barrendero de mi barrio me llama «colega». -«Adiós, amigo», le digo a las ocho y media de la mañana, cuando paso por la ca- -«Adiós, «colega», me contesta con aire de satisfacción. «Colega» -describe el diccionario- es el «compañero en un colegio, corporación, profesión, etc.». Mi amigo, el barrendero, le da a esta palabra un sentido menos académico, normalista y formal. Para él, «colega», es «amigo», «persona que lesa– luda», «que se fija en él», «que se para, para decirle algo... ». Pero de verdad, yo encuentro muchas afinida– des, connotaciones y alianzas entre mi profesión de periodista y la de barrendero. Mi padre decía que tenía cinco doctorados: «Europa, Asia, Africa, Amé– rica y Oceanía». Había viajado mucho y afirmaba que· «la me¡or universidad es el mundo». El barren– dero y yo somos «colegas» de la misma universidad, colegio, que es el mundo... El barrendero y el perio– dista manejamos, movemos, utilizamos, un instru– mento distinto, pero similar; la pluma y la escoba son primas hermcnas. Con la escoba y el caldero el barrendero lim– pia, perfila y asea la calle de mugre, basuras y des– perdicios. Por ley de contraste, el periodista, con la pluma emborrona cuartillas y, a la vez, intenta lim– piar la cochambrería moral que se pega diariamente en las carnes de la sociedad. 81

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