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El ás pequ ño, Dios ARECE una leyenda, pero no lo es. Ustedes lo saben. Tenemos la idea de pensar en Dios siempre como «grande» y, sin embargo, «Dios siempre más humilde». Lo dice su nacimiento en Belén. San Francisco de Asís que en 1223 vivía en Greccio, uno de los apartados lugares donde gusta– ba retirarse, tuvo en la fiesta de la Navidad la inspi– ración de representar al vivo la Navidad. Quería captar, ver, escuchar lo invisible, representando en plena naturaleza la escena del misterio del nacimien– to de Jesús en Belén. Une la representación a la celebración de la misa de media noche en la gruta que hoy todavía podemos contemplar. Gran número de gentes de toda la comarca, que recorrieron los caminos y los bosques con antorchas, se reúnen en la cueva don– de el santo ha mandado poner un pesebre y dos animales, el buey y la mula. San Francisco lee el texto del Evangelio y pre– dica con voz suave e insinuante sobre la «peque– ñez», la «minoridad de Dios» («Deus semper mi– non>). Pero bueno y poderoso en la «impotencia», grande en el desvalimiento y fragilidad de un niño recién nacido. Incomprensible en el estado de po– breza y humanidad de Belén. 78

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