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Cada uno tien suco ncito ADA uno tiene su «corazoncito». Sí, hasta esos que usted ve por ahí, con cara de «jóve– nes pobres», que se acercan y a medias pa– labras le dicen: -«¿ Tío, me da cinco duros?», y usted casi ni le mira, porque le dan miedo.También tienen su «co– razoncito» esos que a las puertas de las iglesias pi– den con la gorra en la mano, con un cucurucho de papel o una bolsita de plástico... Esta es la fábula. A la puerta de la iglesia donde yo trabajo pide todos los domingos un joven. Hace unos domingos me dijo: -«Míreme, ¿no ve que lloro?». -«¿Qué te pasa?». -«Mire, (y me alargó la mano con cien pese- tas en monedas). Me las han dado los niños de la catequesis. ¡Los niños!, ¿me oye? Y esto yo no lo puedo resistir. Me marcho... ». Este muchacho que habla todos los domingos conmigo, estaba emocionado porque los niños, de las pesetillas que les dan sus padres los domingos, le habían socorrido. Y lloraba. El «corazoncito» se le había emocionado, se le había llenado de ternura y no lo disimulaba. ¿Por qué iba a disimular? Quien es capaz de emocionarse es capaz de conseguir cualquier meta. Una persona no se pierde hasta que de¡a de valorar la ternura. En ese momento su cora– zón queda como un nido vacío. 74
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