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Nadie se cree tonto ICEN que el tonto es el que menos miedo tie– ne al ridículo. Y debe ser verdad, porque sa– bios hay muy pocos y gentes para hacer el ridículo, mucha. Cada. día vemos más personas atrevidas que, con gran desparpajo, afirman tonte– rías, presumen de lo que no tienen, farfullan sin decir nada interesante, ahuecan la voz para decir «bue– nos días», se adornan con simplezas y... ¡tan fres– cas! ¿Quién no ha caído, alguna vez, en la insen– satez de presumir? La presunción es una especie de necedad, embobamiento y fatuidad. ¿Sabe usted la fábula de la lámpara borracha de aceite? La pobre– cita se creía más brillante que el sol. Pero sopló una ráfaga de viento y se apagó. Alguien volvió a encen– derla y murmuró: -«Ilumina, lámpara y cállate. El resplandor de los astros nunca se eclipsa. El astro tiene luz propia y la tuya es prestada y pequeña». No es fácil convencer a un presuntuoso de su vanidad, ni a un orgulloso de su ceguera. Pero nadie se crea que no lo es; algún ramalazo de envaneci– miento hemos padecido todos. La diferencia está en que unos no se redimen nunca, y otros sí. La fábula no dice si la lámpara volvió a presu– mir. De todos modos, la fábula no me gusta, porque cualquier presumido, por «tontito» que seo, tiene su puesto, y lo importante es saberlo aguantar, ¡como nos aguantan a nosotros! Al fin, todos lámparas que nos creemos soles. 73
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