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Tragarse todo E N las semanas próximas a la Navidad, sema– nas de Adviento, los escaparates de los co– mercios, tiendas y almacenes se engalanan, se llenan de cosas apetitosas, de regalos, de jugue– tes, de dulces. Cuenta la fábula que un gitanillo se acercó a un escaparate y con la naricilla pegada al cristal es– taba mirando una por una aquellas delicias de ju– guetes, mazapanes y regalos. La dueña del comer– cio que lo vio tanto rato fijo en el cristal, lo llamó y le regaló una golosina de mazapán con la figurita del Niño Jesús. El niño salió corriendo con el trocito de turrón de mazapán en la mano y al intentar comerlo, no se atrevió. Regresó entristecido al comercio y po– niendo sobre el mostrador la figurita de mazapán, se atrevió a decir: -«Yo quiero turrón¡ pero no quiero comerme al Niño Jesús». En la tienda todos rieron el detalle del gitani– llo, pero un no sé qué de respeto vino a recordarles que no le faltaba una pequeña razón a aquel moco– sillo que no quería comerse el mazapán con la figuri– ta del Niño Jesús, aunque los ojos se le salieran de ansia. Valga este hecho para acentuar que la delica– deza y respeto, aunque parezcan, a veces, una inge– nuidad y una chiquillada, como la de este gitanillo, afinan la conciencia y nos sitúan por encima de lo tosco y de la vulgaridad de la vida; porque con fre– cuencia nos lo «tragamos todo». 72

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