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Filosofía del guante RECIOSO estaba el paisaje. Y me detuve en un «merendero», mirando con pena los cubos rebosantes de basura, por el suelo. Pasaba un campesino: -Buenos días. ¿Pero es que en este hermoso lugar no hay ayuntamiento que recoja la basura?, pregunté: -«Ya la recogerán», ·me contestó resignado: -Pero es una pena, que aquí donde viene tan- ta gente esté esto tan sucio. -¡Hay tantas cosas, en esta sociedad, que dan pena, señor! ¡Hay tanta basural Caminé haciendo cábalas sobre la tremenda resignación del campesino. Sobre su filosofía del aguante y la espera. Y sobre su juicio sobre la socie– dad: -«¡Hay tanta basural». «¡Hay tantas cosas que dan penal». Me quedé con ganas de preguntarle qué co– sas de la sociedad le daban pena, pero ¿para qué? -«Adiós», me despedí. Estaba el bosque de pinos en la sierra de Bé– jar tan airoso, que el montón de basura era una pe– lla inmunda -plásticos, desperdicios, residuos, po– dredumbre- que afeaba ofensivamente el bello lu– gar. ¡El bosque no se quejaba! Yo sí. El campesino se alejaba con su filosofía: -«¡Hay tantas cosas que dan penal». Mas no debemos quedarnos en la resignación. No. 70
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