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Los estorninos NDAN desorientados sin encontrar donde posarse; les han expropiado, violentamente, su casa, los árboles. Los estorninos eran, ma– ñana y tarde, el lenguaje ecológico sobre el ruido de la ciudad. Venían en bandadas inmensas a per– noctar en los jardines. Su evolución en los aires era un espectáculo en las tardes invernales de sol. Pero como manchaban el paseo, el Ayuntamiento les ha expropiado «sus» árboles mediante un dispositivo que, intermitentemente dispara un estruendoso ca– ñonazo que dispersa a estos pájaros, enloquecida– mente. Al jardín de mi calle han llegado media doce– na de estas aves a refugiarse. Y en la rama de los árboles, al caer y al despuntar el día, hinchan el ne– gro plumaje, gorjeando. En uno de los periódicos de la localidad, un lector advierte -con buen sentido- al alcalde que la ciudad necesita también de los pájaros; que es pre– ferible tener que limpiar los parques, a tener parques sin pájaros, sin vuelos y sin trinos. Fui cierto día cori unos amigos a visitar a unas personas; tenían la casa impecablemente limpia. ¡No había niños! Ya no tendrán los barrenderos del Ayunta– miento de mi ciudad que purificar las aceras, ni los cuidadores de los árboles que protegerlos. ¡Ya no hay pájaros! El parque estará limpio, pero sin trinos. Espantamos de la ciudad -que es la casa de todos– la alegría de los pájaros, como espantamos de la casa particular la alegría de los niños. 69

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