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El puñado d'e avellanas L A viejec'illa vendía avellanas en un puesto ca– llejero. Gritaba: -«Avellanas nuevas, cogidas este año». Me acerqué y le pedí un kilo de avellanas para traer a casa. La avellana es un fruto que entre– tiene y da conversación. Me las pesó con primor y después colmó el peso con un buen puñado, de re– galo. -«Estas, por las que le puedan salir vanas. No creo que sean muchas, porque son de buena cali– dad; pero por si acaso». Me encantan las personas que van por la vida haciendo gestos de generosidad. Un puñado, más o menos, de avellanas no hacen pobre ni rico a na– die. Pero los gestos pequeños son engendradores de comunicación y de alegría. Al día siguiente: -«Buenos días, señora». -«Hola, ¿estaban buenas las avellanas?». -«Sobre todo las que usted me regaló. ¡Gro- . I C/OS.». . La vida es distinta cuando transitamos por ella cortando pétalos a la margarita de la generosidad, que es flor delicada: un saludo, una sonrisa, un gui– ño amable. Es la lección de un puñado de avellanas, de un gesto insignificante, de una frase acogedora. En ocasiones no es necesario más para darle tono y luz a la vida, para que surja la palabra gracias como intercambio de bondades. Y nos regalemos, mutua– mente, un centavo de sonrisa. 58

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