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Una- piz.ca de imaginación EJE usted volar la imaginación y será creati– vo. No es una tontería lo que le voy a contar. La niña estaba triste aquel día, muy triste. Y al padre no se le ocurrió otra cosa que quitar la al– fombra de la sala y pintar con tiza en el suelo, un árbol grande. -«Esto es un árbol -dijo a la pequeña-. Y ahora vienen los pá¡aros a posarse en las ramas». Y comenzó a pintar uno, dos, diez..., una ban– dada de pájaros. La niña se echó a reír, pintó tam– bién sus pájaros... Y se acabó la tristeza. Y a mí se me ocurre pensar lo poquito que es necesario, a veces, para colmar nuestra felicidad y llenar el día de risas. Buscamos lo más, cuando a lo mejor la miguita de gozo que nos haga dichosos está en una insignificancia. En una pizca de imagina– ción. Ocurre que lo tenemos todo, o casi todo, o lo necesario y conveniente, y andamos desasosegados y entristecidos, sin saber por qué. Una ráfaga de fan– tasía puede curarnos de penas. El niño se divierte más con una caja de zapatos atada con una cuerda, donde pone su imaginación, que con un juguete electrónico, que le roba la creatividad. Dentro de cada uno -por muy hombrones que seamos- suena un cascabelito de niño. Es una portecita de lo que somos. Dios antes de crear el mundo lo imaginó. 49

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