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Tampoco El tiene casa H ACE años se le ocurrió a un misionero espa– ñol, P. Benedicto Revilla, de vacaciones por España, llevar a sus fieles de los Andes, como regalo, un enorme crucifijo para instalarlo sobre el cráter de un volcán, a cuatro mil metros de altura en plenos Andes, en Guatemala. La imagen fue tallada en Madrid, mide tres metros de altura, y ha sido clavada fuertemente en lo más alto del volcán apagado que los mayas lla– man «Lugar del Altísimo». Turnándose todos, los campesinos con sus mujeres y sus hijos, los ancianos y las indias subieron una cuesta de cuatro mil metros con la cruz a cuestas. Tardaron cincuenta horas y velaron al Cristo toda la noche... -«Padresito, ¿cómo le de¡a ahí expuesto al sol y al frío?». -«Es el símbolo de todos vosotros, del pueblo maya. Como la gente por aquí no tiene casa, tam– poco El la tiene. Tratemos primero de dar casas a las gentes y luego le haremos un santuario al Se– ñor... ». Y así fue. Sobre las rocas volcánicas el Cristo maya tie– ne ya un santuario de paz. Desde allí bendice la fe de un pueblo pobre que se reúne en torno a El. Fue el mejor regalo que el misionero pudo llevarles de España. La «casa» del Cristo se llama hoy «Santua– rio del mundo». 35
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