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El niño que cuidaba cerdos (( Ilusionada convicción la de aquel niño, un pastorcillo que en las afueras de T rujillo cui– daba una piara de cerdos y al que pregunté: -¿ Tú sabes quién era Pizarro? -¡Sí, señor! -me respondió vivaz y con orgu- llo-. Pues Pizarra era uno como yo, que cuidaba cer– dos... Y una vez se le escapó uno y corriendo detrás de él atravesó aquel río... y descubrió América... Respuesta llena de le¡anías». (Esto lo cuenta Rafael Alberti). Ahí, detrás de ese río, de ese primer obstácu– lo, tras el primer esfuerzo, siempre, casi siempre, ha– llamos un descubrimiento que puede cambiar nues– tra vida, darle una orientación distinta. El Cardenal Jubany acaba de escribir para los jóvenes «que la fe en Cristo implica siempre un cierto compromiso heroico». Bueno, la heroicidad en la mayoría de los ca$OS, consiste en ser constantes y fieles a los compromisos contraídos, a la vocación elegida o sencillamente a la vida. Cualquier detalle -el cerdo que se le escapó a Pizarro- nos puede dar una pista, una iluminación para encontrar la auténtica vocación. ¡Pero sin es– fuerzo, nada! «El Reino de los cielos padece violen– cia, y los esforzados lo arrebatan». Lo dijo Jesús. 28

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