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El último acorde L A última vez que vi a Eduardo Gray-sesenta años- estaba radiante, juvenil, modesto y sonriente. Sus largos años de repartidor de leche y su furgoneta blanca tintineante de campani– llas con las que anunciaba helados a los niños, le había hecho fraternal e imprescindible en ciertos ba– rrios pobres de la ciudad. Era buen cristiano, de ideas terminantes y amables obras. Practicaba mala– mente su afición a tocar el piano y su pieza favorita era «El último acorde». La letra de esta canción hablaba de un mal organista que, de casualidad, dio una vez un acorde maravilloso, y ya nunca jamás lo pudo reproducir. Sólo pudo identificarlo cuando le llegó la oportuni– dad de oírselo a los ángeles. Un amigo suyo le pidió a Eduardo Gray, en– fermo, la víspera de su muerte, que tocase una vez más el «Ultimo acorde». Este le replicó: -«Lo siento, estoy un poco cansado. Creo que me voy a casa». Así murió Eduardo Gray, el amigo de niños de los barrios pobres, el humilde pianista que soñaba una ·música maravillosa ... La vida está llena de gentes como Eduardo, quien se encuentra con ellos descubre aspectos nue– vos del corazón de la humanidad; son esas buenas personas que tienen con seguridad reservado un puesto en la «Casa del Padre». 27

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