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10 dólares URANTE la celebración de un Sínodo, esa magna asamblea de obispos y cardenales que se celebra en Roma, ocurrió una anécdo– ta que la prensa calificó de «enternecedora». En el suelo de la sala en que se celebraban las reuniones apareció un billete de 1O dólares. El secretario se dirigió a los presentes con estas pala– bras: «Si alguien ha perdido 1O dólares que los re– clame; pero si no lo hace nadie, se los daremos a la Madre Teresa, que ciertamente los necesita más que quien los haya perdido». Un aplauso aprobó la inte– ligente decisión. La Madre Teresa de Calcuta, Premio Nobel de la Paz, es tan conocida como su obra en favor de la humanidad doliente. De seguro que el «aplauso de los Padres sinodales» y los 1Odólares fueron reci– bidos por ella con una sonrisa. La Madre Teresa, desde su pobreza real, sonríe admirablemente. Sin duda, que ese gesto colectivo lo recogió como la más verídica ratificación de su obra. Agra– decedora como es esta mujer a pequeños detalles, una vez más, enseña al mundo el valor de lo que parece insignificante. Repetidamente se la oye decir que mientras las naciones proyectan y discuten gran– des programas de ayuda a los pobres, ella tiene el deber de correr a llevar el plato de arroz al necesita– do. Teorice quien quiera; la urgencia de su misión es atender con rapidez. 24

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