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Erase una vez un barco RASE una vez un barco -no «chiquitito»-, sino el más grande y lujoso jamás construido, el « Titanio>. Poco antes de zarpar, un tripulante le dijo a una pasajera dubitativa: «Señora, ni Dios mismo podría hundirlo». Cinco días después, -a las 2,20 del lunes 15 de abril de 1912- chocaba con un iceberg y se hundía, con 1.522 tripulantes, en las gé– lidas aguas del Atlántico, al sur de Terranova. Durante 75 años todo ha sido misterio en tor– no al barco y su botín. En 1985 un investigador, Ro– bert Ballard descubrió el « Titanio> en el fondo del mar, clavado 15 metros en un lecho de fango. Se han encontrado cientos de objetos desparramados al lado del barco, partido en dos, y lo que era más ambicionado, la caja fuerte. Hace unos años con la espectativa de la tele– visión de todo el mundo se abrió una de las cuatro cajas fuertes encontradas:· ¡desilusión!, tan sólo ha– bía dentro unos cuantos billetes y joyas de escaso valor... La historia del « Titanic», serviría de «mini-fá– bula», con esta moraleja: por encima de la técnica, de la ciencia, y del poder del hombre puede haber un «iceberg» cualquiera. El hombre no dominará ja– más la naturaleza, tan misteriosa como Dios la creó. Mientras el hombre busca tesoros que pueden resul– tarle fallidos, aún no ha encontrado el tesoro de su felicidad. 20

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