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Manos blancas no ofenden U NA princesa de leyenda abofeteó a un corte– sano desaprensivo. Este puso la otra mejilla y la princesa le volvió a golpear. «Gracias -le dijo el palaciego-. Manos blancas no ofenden. Y ahora podré decir que la princesa me ha acariciado las dos me¡illas». El cortesano publicó por el palacio que la princesa le había acariciado dos veces. El rey que era un hombre excesivamente rígido -y a quien no pudieron convencer de la mentira- obligó a la prin– cesa a casarse con el hombre. En las elecciones los políticos se las dan todas en un carrillo. Va a ser interesante, para el futuro, el libro que se escriba con los insultos que se dirigen los políticos en las campañas de elecciones. Un in– sulto es más doloroso que una bofetada y la lengua de los políticos no es tan limpia como la blanca mano de la princesa de la fábula. Y sin embargo, -y no lo censuro-, mañana se «casan», se «amigan», aunque sea a la fuerza en la cafetería del Palacio de las Cortes. El agravio es cierto. También el «amiguismo de conveniencia». Y a seguir. Por el bien común. Así se aprende. 17

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