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Demasiado alegre E L músico compositor Fernández Caballero te– nía una fresca y vivaz imaginación. Cierto in– dividuo dándoselas de entendido, le dijo un día: -«Su música es bonita. Pero, q~izá, demasia– do alegre». Y él: -«Pues hombre: qué se le va a h9cer. No creo que sea obligada la tristeza». Los hay como tordos que queriéndoselas dar siempre de entendidos le buscan tres pies al gato. Como aquel otro que tenía un puchero de barro y le increpaba siempre: -«¿Por qué eres de barro y no de oro?». A lo que un día el puchero contestó: -«Amiguito mío~ soy como tú. También tú fuis– te hecho de barro». En la vida de cada cual, personal e intransferi– ble, es donde se dan todos los hechos. Cada uno se expresa y aparece como es. Por eso dicen que la frase preferida del Papa Wojtila es esta: -«De¡a ser al otro». Pues no, para algunos impertinentes si estás alegre tenías que estar triste, el barro tenía que ser oro, el alto más bajito, el bajito más alto... -¿Y él? -¿El? El mismo. -Pobrecito. 11
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