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Sin emRujar, por favor URANTE una visita de la Reina Sofía a Ruma– nía, ocurrió la siguiente anécdota. La reina española visitaba una histórica abadía y la hermana abadesa, muy feliz, explicaba lenta y deta– lladamente a la ilustre visitante la historia y los por– menores artísticos del monasterio. Un comisario del gobierno rumano acosaba a la abadesa para que «acortara y se moviera». La abadesa se ponía ner– viosa. La reina que se dio cuenta dijo con decisión y en perfecto rumano al comisario: -«¿Tiene usted pri– sa?». Y la abadesa y la reina se tomaron todo el tiempo necesario para la visita. Programar, organizar la vida, sí. .Pero «empu– jar» la vida, no. Y hay «empujadores» que no nos dejan ni vivir, ni gozar del bien y de lo bueno en paz. En Tokio existen «empujadores» para que la gente salga y entre con rapidez en el metro. Pero que nos vengan detrás electrizándonos la vida con prisas irracionales, no hemos de aceptarlo. Lo peor es -y ya entra dentro de la sicopatía- cuando uno se con– vierte en «empujador» de sí mismo, sin sosiego para nada: -¿ Tiene usted mucha prisa?». Pues se ha convertido en irracional comisario de sí mismo. Jesús decía: «Le basta a cada día su propia preocupación». Sin empujar, ¡vaya! 10

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