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97 Fué un creyente, aunque algunas frases de los histo– riadores dejan la puerta abierta a muchas suposiciones; pero su religión provenía más de la Biblia que del Evan– gelio, y si recuerda con frecuencia a Moisés, el conductor de pueblos, nada en él hace pensar en Jesús pastor de almas. No se puede poseer todo: una inteligencia excepcional, y una voluntad de hierro son dones bastantes hermosos; pero careció de amor. La muerte de este pontífice, gran– de entre los grandes, debía ser saludada con cantos de alegría. Una sorpresa esperaba a los peregrinos al llegar a Roma: encontraron al obispo de Asís, que quedó tan sorprendido del encuentro como ellos. Este detalle es precioso, porque prueba que Francisco no había comuni– cado a Guido sus proyectos. A pesar de ello les ofreció, según se dijo, apoyarlos ante los príncipes de la Iglesia. Hay porqué sospechar que sus recomendaciones no fue– ron muy calurosas. En todo caso, no ahorraron a Fran– cisco y a sus compañeros ni una minuciosa indagación, ni los largos y paternales consejos del cardenal Juan de San Pablo, sobre las dificultades de la Regla, consejos que se parecían mucho a los del mismo Guido. Sin embargo, lo que Francisco pedía era muy sim– ple; no reclamaba privilegio de ninguna especie, sino tan sólo que el Papa aprobara su iniciativa de llevar una existencia absolutamente conforme a los preceptos del Evangelio. Hay en ello un matiz que es útil percibir claramente. El Papa no t-enía que aprobar la Regla, porque ella emanaba de Jesús mismo: en el peor de los casos, todo lo que hubiera podido hacer habría sido im– poner a Francisco y a sus compañeros censuras eclesiás– ticas, por haber obrado sin misión, conminándole a dejar al clero secular y regular el cuidado de refarmar la Iglesia. El cardenal Juan de San Pablo había sido puesto al

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