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91 el retorno y por las largas pláticas con su padre espiri– tual en las tranquilas selvas de los alrededores de Asís. La amistad entre hombres, cuando pasa cierto grado, tiene algo de profundo, elevado, ideal, algo infinitamente dulce a que no alcanza ninguna otra amistad. No había mujeres en el Cenáculo, cuando en el crepúsculo de su vida Jesús comunicó con sus discípulos e invitó al mundo al banquete de las nupcias eternas. Francisco sobre todo se mostraba impaciente por re– unirse con su joven familia. Llegaron casi todos al mismo tiempo a la Porciúncula, habiendo ya olvidado, aún antes de llegar, los tormentos sufridos, para no pensar más que en la alegría del encuentro.

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