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89 habían ido a Florencia. Mendigaban por la ciudad, pero no podían encontrar albergue. Llegaron a una casa que tenía un pórtico y bajo el pórtico un horno, y se dijeron: "Estaríamos bien aquí para pasar la noche". Como la dama rehusaba recibirlos, le pidieron humildemente el permiso de acostarse cerca del horno. "Acababa la dama de concederles permiso, cuando llegó su marido: "-¿Por qué --dijo- has permitido a estos bellacos permanecer bajo nuestro pórtico? "La dama respondió que se había negado a recibirles en la casa, pero que les había permitido acostarse bajo el pórtico, donde podían sólo robar un poco de madera en caso de ser ladrones. "El frío era muy intenso; pero como se temía que fueran ladrones, no se les dió nada para cubrirse. "En cuanto a ellos, después de haber dormido cerca del horno lo indispensable, abrigados tan sólo por el calor divino y no teniendo más cubierta que su dama Pobreza, se fueron al alba a la iglesia más cercana para escuchar el oficio. "La dama había, por su parte, acudido a la iglesia, y al ver a los hermanos orando devotamente, se dijo: "Si estos hombres fueran bellacos y ladrones, no estarían aquí rezando". Y mientras estaba en estas reflexiones, un hombre llamado Guido distribuía limosnas entre los pobres de la iglesia. Al llegar a los hermanos, quiso dar– les unas monedas como a los demás, pero ellos rehusaron el dinero y por nada quisieron recibirlo. "-¿Por qué -les preguntó-, si sois pobres, no que– réis aceptar las limosnas como los demás? "-Es verdad que somos pobres -respondió el her– mano Bernardo-, pero la pobreza no nos pesa como a los otros pobres; porque es por la gracia de Dios, cuya voluntad cumplimos, que nos hemos hecho voluntaria– mente pobres. "Muy sorprendido, les preguntó si jamás habían te– nido algo, y se enteró de que habían poseído mucho, pero

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