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88 chos nobles y sabios vendrán hacia vosotros; estarán con vosotros, predicando a los reyes y a los príncipes y a una :multitud de pueblos. Muchos se convertirán al Señor, que en el mundo entero multiplicará su familia y la aumentará." . Después que les habló de esta manera, los bendijo, diciendo a cada uno de ellos la palabra que debía ser en el futuro un supremo consuelo: "Hermano mío, confía en Dios para todos tus cuida– dos, y El cuidará de ti. "Entonces los hombres de Dios partieron, observando fielmente sus instrucciones, y cuando hallaban una igle– sia o una cruz, se inclinaban para adorarla y decían con devoción: "Os adoramos, oh Cristo, y os bendecimos aquí y en todas las iglesias que están en el mundo entero, porque por vuestra santa cruz habéis rescatado al mun– do". Creían, en efecto, hallar un lugar divino en todas partes donde encontraban una iglesia o una cruz. "Algunos los escuchaban de buena gana, otros se bur– laban de ellos, la mayor parte los abrumaban con pre– guntas: ¿De dónde sois? ¿A qué orden pertenecéis? Y ellos, aunque a veces les era fatigoso responder, decían simplemente: Somos penitentes nativos de la ciudad de Asís." Esta frescura y esta poesía no se volverán a encon– trar en las misiones siguientes. Aquí el río es todavía incontaminado, y si sabe hacia qué mar se dirige, nada sabe de las corrientes más o menos barrosas que entur– biarán su limpidez, ni de los diques y rectificaciones que deberá sufrir. Un largo relato de los Tres Compañeros nos da una imagen viviente de los primeros ensayos de predicación: "Muchas gentes tomaban a los hermanos por bribo– nes o locos, y rehusaban recibirlos en sus casas, de miedo de ser robados. Así, en muchas localidades, después de haber soportado toda clase de malos tratos, no hallaban otro refugio para pasar la noche que los pórticos de las iglesias o de las casas. Había entonces dos hermanos que

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