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83 damente del lado de Rivo-Torto, vió en este hecho una indicación espiritual. Iban a través de los campos, arrojando alegremente su simiente. Era a principios del verano, cuando toda la población de Umbría sale a segar y otras faenas del campo. Las costumbres apenas han cambiado: cuan– do a fines de mayo se sale a pasear por los alrededores de Florencia, de Perusa o de Rieti, se ve a menudo, al caer la noche, llegar a los campos tocadores de cornamu– sas, en el momento en que los segadores se echan en las gavillas para el reposo de la tarde; tocan algunos trozos, y cuando el cortejo de trabajadores retorna al pueblo, seguido por las carretas cargadas con la cosecha, los mú– sicos abren la marcha, llenando el aire con sus notas más agudas. Los alegres Penitentes que se complacían en llamarse Joculatores Domini, juglares de Dios, se portaron, sin duda, de la misma manera. Y lo hicieron mucho mejor, porque no queriendo ser carga para nadie, pasaban parte del día ayudando a los labriegos en las faenas de los campos. Los habitantes de esas comarcas son en su ma– yoría amables y serios; los hermanos conquistaban pronto su confianza contándoles primero su historia y luego sus esperanzas. Trabajaban y comían juntos, y con frecuen– cia campesinos y hermanos dormían en la misma granja; y cuando, al alba siguiente, los hermanos continuaban su camino, los corazones habían quedado heridos. No se realizaban conversiones todavía, pero se sabía que por el lado de Asís vivían hombres que habían renunciado a sus bienes y que, devorados de celo, andaban predicando la penitencia y la paz. La acogida de las ciudades era muy diferente, Si el campesino de la Península es dulce y servicial, los bur– gueses. son por lo común burlones y malintencionados. Veremos a su tiempo las persecuciones que tuvieron que sufrir los hermanos que ·fueron a Florencia. No habían pasado más que algunas semanas desde que Francisco empezó a predicar, y ya sus palabras y

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