BCCCAP00000000000000000000793

82 lo que se les ofrece bajo forma de imágenes. Se supo desde entonces, mejor que por todas las prédicas, lo que serían los nuevos hermanos. Terminada la distribución, descendieron a la Porciún– cula, donde Bernardo y Pedro se construyeron chozas con ramas secas y troncos, y se hicieron túnicas como la de Francisco. Apenas se diferenciaban de la ropa lle– .vada por los campesinos y eran de ese color pardo, cuyos matices varían al infinito, que llaman en la región "del color de las bestias". Todavía los usan los pastores de las partes más lejanas de los Apeninos. Ocho días después, el jueves 23 de abril de 1209, se presentó a Francisco un nuevo discípulo llamado Egidio. Carácter dulce y sumiso, era de los que tienen necesidad de apoyarse, pero una vez hallado y probado el apoyo, se elevan a veces tan alto como él; el alma pura del her– mano Egidio, llevada por la de Francisco, debía saborear las delicias embriagadoras de la contemplación con inau– dito ardor. Hay que cuidarse aquí de insistir demasiado sobre los textos y pedirles más de lo que pueden dar. Más tarde, al quedar la Orden definitivamente constituída y cuando tuvo conventos organizados, se imaginó el pasado sobre la pauta del presente, y ese error pesa aún sobre el cua– dro de los orígenes del movimiento franciscano. Los primeros hermanos vivieron como los pobres, con los que se mezclaban muy de buena gana; la Porciúncula era su iglesia predilecta, pero no hay que creer que habi– taban en ella. Era su lugar de reunión, nada más. Cuan– do partían, sabían tan sólo que volverían a encontrarse en los alrededores de la pobre capilla. Sus vidas eran lo que es hoy la existencia de los mendigos de la Umbría, ambulaban sin rumbo, dormían en los graneros, en los hospicios de leprosos o bajo el pórtico de las iglesias. Tan cierto es que carecían de domicilio fijo, que cuando Egidio decidió unirse a ellos, le costó bastante dar con Francisco, y cuando al fin lo encontró inopina-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz