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79 mentáneo; el corazón sólo entiende los holocaustos, y como el prometido a la prometida, dice a su vencedor: ¡Para ti sólo y por siempre! · Si todas las tentativas de religión natural han fra– casado miserablemente, es porque sus iniciadores no tu– vieron el valor de apoderarse de los corazones; porque desconocieron la heroica necesidad de inmolación que existe en el fondo de las almas. Las almas se vengaron, no escuchando a aquellos amantes tan poco enamorados. Francisco se había dado por completo, para poder re– clamar de los demás un renunciamiento absoluto. Des– pués de más de dos años de haber abandonado la vida mundana, la verdad y la profundidad de su conversión eran a todos evidentes; las burlas de los primeros días no se repitieron más, y fueron, en cambio, ganadas muchas gentes, poco a poco, por un sentimiento muy parecido a la admiración. Esta provoca fatalmente la imitación. Un hombre de Asís, apenas mencionado por los biógrafos, se había unido a Francisco. Era uno de esos simples de corazón que hallan la vida suficientemente bella desde que pue– den ver y contemplar a quien ha hecho encender en sus almas la chispa divina. Esta llegada a la Porciúncula debió ser una adver– tencia para Francisco; desde aquel momento pensó, sin duda, en la posibilidad de aceptar algunos compañeros con los cuales poder continuar su misión apostólica por los alrededores de Asís. Con frecuencia había recibido hospitalidad, en Asís, en casa de un vecino rico y bien considerado, llamado Bernardo de Quintavalle, que le hacía pasar la noche en su propia habitación; se comprende que tal intimidad debió ser muy favorable a las expansiones íntimas. Cuan– do, en el silencio de las primeras horas de la noche, un alma ardiente y entusiasta os habla de sus desilusiones, de sus heridas, de sus sueños, de sus esperanzas y de su fe, es muy difícil no quedar influenciado, sobre todo cuan– do el apóstol tiene secretos entendimientos en vuestra

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