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73 se encontraron en una iglesia; Francisco temblaba bajo su delgada túnica; entonces Angelo, inclinándose hacia un amigo que le acompañaba le dijo: · -Ve a pedir a Francisco que te venda por un ochavo su sudor. -¡Oh, no! -respondió éste, que había oído-, se lo venderé a mejor precio a Dios. En la primavera de 1208 terminó la restauración de San Damián; se había hecho ayudar por todas las gentes de buena voluntad, dando ejemplo de trabajo y sobre todo de contento, animando a todo el mundo con sus cantos y sus proyectos para el porvenir. Hablaba con tanto entusiasmo y calor comunicativo de la transfor– mación de su querida capilla, de las gracias que Dios acordaría a quienes vinieran a orar en ella, que más tarde se creyó que había hablado de Clara y de sus santas hijas que vinieron a buscar refugio en la capilla cuatro años después. Este éxito le inspiró muy pronto la idea de reparar los otros santuarios de los alrededores de Asís. Los que más le habían impresionado por su estado de destrucción eran: San Pedro y Santa María de la Porciúncula, lla– mada también Nuestra Señora de los Angeles. El pri– mero no es mencionado de otro modo por sus biógrafos. En cuanto al segundo se iba a convertir en la verdadera cuna del movimiento ·franciscano. Esta capilla todavía en pie, después de haber escapado a las revoluciones y a los temblores de tierra, es verda– deramente un Bethel, uno de los raros puntos del mundo en que se apoya la mística escala que une el cielo con la tierra; fué allí donde nacieron algunos de los más her– mosos sueños que han mecido los dolores de la humani– dad. No hay que acudir a la maravillosa basílica, en Asís, para adivinar y comprender a San Francisco; hay que dirigir los pasos hacia Nuestra Señora de los .A,ngeles, en las horas en que cesan las oraciones maquinales, en el momento en que se alargan las sombras de la tarde,

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