BCCCAP00000000000000000000793

72 principio, y Se esforzaba en prepararle sus platos prefe– ridos. Francisco lo advirtió muy pronto. Su delicadeza se alarmó de las molestias que imponía a su amigo; le dió las gracias y resolvió ir de puerta en puerta para men– digar su sustento. La prueba le resultó penosa. La primera vez, al fin de su recorrida, al mirar los restos amontonados sobre su escudilla, creyó por un instante que le iba a faltar valor. Pe:ro la idea de ser tan pronto infiel a la esposa a la que había dado su fe le heló de vergüenza, y le dió fuerzas para comer ávidamente. Cada hora, por así decir, traía una lucha nueva: un día iba por la ciudad, mendigando aceite para las lám– paras de San Damián, cuando llegó a una casa en la que se daba un festín; se encontraban en ella sus viejos com– pañeros, cantando y danzando. Al oír aquellas voces co– nocidas, le pareció que no se atrevería a entrar, y se alejó. Pero en seguida, avergonzado de su cobardía, volvió pre– cipitadamente sobre sus pasos, penetró hasta la sala de la fiesta, y después de haber confesado su vergüenza, puso tanta insistencia y ardor en su pedido, que todos quisieron cooperar en la obra piadosa. Su más ruda prueba era, sin embargo, la cólera de su padre. Aunque había renegado de su hijo, Bernar– done no dejaba de sufrir en su orgullo al ver la clase de vida que llevaba Francisco, y cuando encontraba a éste le dirigía toda clase de reproches y maldiciones. El alma tierna de Francisco experimentaba tan viva pena que recurrió a una especie de estratagema ingenua para conjurar las imprecaciones paternales: -Ven conmigo -dijo a un mendigo-, me servirás de padre, y te daré parte de las limosnas que recoja. Cuando veas que Bernardone me maldice, yo te diré: "Bendíceme, padre mío", y tú harás la señal de la cruz y me bendicirás en su lugar. Su hermano se destacaba en primer lugar entre los que le zaherían con sus bror.oas. Una mañana de invierno

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz