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71 de los enfermos, les prodigó los cuidados más conmove– dores, lavando y secando sus llagas, tanto más dulce y más radioso cuanto más repulsivas eran las llagas. El deslumbramiento de amor que el niño tiene por su madre, el enfermo abandonado lo siente por quien va a visitarle. Lo cree todopoderoso; cuando se le acerca, las crisis más· dolorosas se calman o desaparecen por un ins– tante. Ese amor inspirado por la simpatía de un corazón afectuoso puede hacerse tan profundo que pueda parecer sobrenatural; se ha visto a moribundos recuperar él co– nocimiento para contemplar por última vez, no a los miembros de su familia, sino al amigo que trató de ser el rayo de sol de sus últimos días. Los lazos del puro amor son más poderosos que los de la carne y de la san– gre. Francisco tuvo muchas veces la dulce experiencia de ello; desde su llegada a la leprosería sintió que si había perdido su vida, iba a reconquistarla. Alentado por su permanencia entre los leprosos, re– tornó derechamente a San Damián y se puso a trabajar, lleno de alegría y entusiasmo, el corazón tan lleno de sol como lo estaba en aquel hermoso mes de mayo la llanura umbriana. Después de confeccim;i.arse como pudo un traje de ermitaño, acudió a las plazas y encrucijadas de la ciudad, donde, después de entonar algunos cánti– cos, anunciaba a las gentes reunidas a su alrededor su proyecto de restaurar la capilla: _:_Quien me dé una piedra -agregaba sonriendo– tendrá una recompensa; quién me dé dos tendrá dos re– compensas; quién me dé tres tendrá tres recompensas. Muchos le trataban de insensato, pero otros se de– jaban vencer por la emoción al recuerdo del pasado. En cuanto a él, sordo a las burlas, no se ahorraba ninguna pena, llevando sobre sus hombros, tan poco hechos para tan dura labor, las piedras que se le daba. Por aquel tiempo el pobre sacerdote de San Damián sentía que su corazón se iba llenando de amor por aquel compañero que tan incómodo le había resultado en un

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