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68 Se comprenderá fácilmente la repercusión que adqui– rió todo esto en la pequeña ciudad de Asís. Toda la po– blación se encaminó hacia la plaza de Santa María Mayor, donde el obispo dictaba sus juicios. Se hallaba, sin duda, insensata la conducta de Fran– cisco, pero se gustaba por anticipado de la vergüenza y de la cólera de Bernardone, que todos detestaban y cuyo orgullo era tan bien castigado. El obispo expuso ante todo el pleito, y aconsejó a Francisco que renunciase pura y simplemente a sus bie– nes. Con gran extrañeza de los circunstantes, se vió a Francisco que, en vez de responder, se metía en una sala del obispado, para salir casi en seguida completamente desnudo. Llevaba en la mano el envoltorio de sus ropas con el escaso dinero que aún tenía: -Escuchen todos -dijo- y sépanlo bien, hasta ahora llamé padre a Pedro Bernardone, pero a partir de este momento quiero servir a Dios. Por ello le entrego este dinero por el que tanto se ha atormentado, así como mis ropas y todo lo que de él tenía, porque de hoy en más sólo quiero decir padre nuestro, que estás en los cielos. Un largo murmullo se elevó de entre la multitud, cuando se vió a Bernardone recoger y llevarse las ropas y el dinero, sin dar la más ligera muestra de piedad, en tanto que el obispo se veía reducido a cubrir con su manto al pobre Francisco, que temblaba de emoción y de frío. La escena del atrio produjo inmensa impresión; el ardor, la ingenuidad, la indignación de Francisco, ha– bían sido tan profundos y tan sinceros que hasta los bur– lones quedaron desconcertados. Aquel día, Francisco se aseguró secretas inteligencias con muchas almas. El pue– blo ama esas conversiones bruscas, o al menos las que cree tales; Francisco se imponía de nuevo a la atención de sus conciudadanos, con una fuerza que doblaba el con– traste entre su antigua y su nueva vida. Hay gentes piadosas cuyo pudor se alarma ante la desnudez de Francisco: pero Italia no es Alemania o Inglaterra, y el siglo XIII 3e hubiera sorprendido mucho