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65 su vida iba a ser completamente opuesta a lo que había sido hasta entonces; el Crucificado se había dado a él; él, por su parte, se daba al Crucificado, por completo y sin remisión. Las incertidumbres, las turbaciones del alma, las angustias, la nostalgia de una felicidad desco– nocida, habían sido disipadas por una calma deliciosa, por la ebriedad del niño perdido que vuelve a hallar a su madre y olvida en un instante las torturas de su corazón. De Foligno, volvió directamente a San Damián; no tenía necesidad para ello de pasar por la ciudad, y le apremiaba realizar sus proyectos. El pobre sacerdote quedó bien sorprendido cuando Francisco le entregó el producto íntegro de la venta. Creyó, sin duda, en un disgusto pasajero entre Bernar– done y su hijo y, para mayor prudencia, rehusó el pre– sente; pero Francisco insistió de tal manera para per– manecer a su lado, que obtuvo al fin permiso para ello. En cuanto al dinero, que resultaba inútil, lo arrojó como objeto sin valor en la buharda de la capilla. Durante este tiempo, Bernardone, inquieto de no ver a su hijo, se puso a buscarlo por todos lados y no tardó en enterarse de su refugio en San Damián. En un ins– tante comprendió que había perdido a su hijo; resuelto a tentarlo todo, reunió a algunos amigos y loco de có– lera fué a la ermita para sacar de ella a su hijo aunque fuera a viva fuerza. Pero Francisco conocía bien los furores de su padre. Cuando oyó los gritos de los que llegaban para apode– rarse de él, se sintió desfallecer y corrió a ocultarse en un escondite preparado por él mismo. Bernardone, sin duda mal secundado en su rebusca, buscó en vano por todos lados, y tuvo que retornar a Asís sin su hijo. Francisco quedó oculto durante largos días, llorando y gimiendo, suplicando a Dios que le señalara la senda que debía seguir. A pesar de sus temores, sentía en su corazón alegría infinita y no habría querido por ningún precio retroceder en la actitud que había tomado. Aquel encierro no podía durar; Francisco lo compren-