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64 un notable pensador ha definido tan bien en los siguien– tes términos: "Creer es mirar; es una mirada atenta, seria y prolongada, una mirada más simple que la de la observación, una mirada que mira, y nada más; mirada ingenua, mirada de niño, mirada en la que se concentra toda el alma, mirada del alma y no del espíritu, mirada que no pretende descomponer su objeto, sino recibirle entero en el alma por los ojos". Al escribir estas palabras, Vinet ha caracterizado ma– ravillosamente, sin pensarlo, el temperamento religioso de San Francisco. Esa mirada de amor arrojada sobre el crucifijo, ese misterioso coloquio con la ·compasiva víctima no debía cesar más. La piedad de Francisco conquistó en San Da– miano su fisonomía y su originalidad. Su alma llevó desde entonces los estigmas y, como lo dicen los bió– grafos en una frase intraducible: "Ab illa hora vulne– ratum et liquefactum est cor ejus ad memoriam Domi– nicre passionis". Desde entonces vió claro ante él. Al salir del san– tuario, entregó al sacerdote todo el dinero que llevaba consigo para la manutención de una lámpara, y con el corazón transportado, retornó a Asís. Estaba decidido a dejar la casa paterna y a emprender la restauración de la capilla, después de haber roto los últimos lazos que le unían al pasado. Un caballo y algunas piezas de paño de vivos colores · era todo lo que le pertenecía; al llegar a casa de sus padres empaquetó las piezas de paño y montando a ca– ballo se dirigió a Foligno. ' Foligno era entonces, como lo es todavía, la ciudad más comercial de toda la región. Sus ferias atraían a toda la población de la Sabina y de la Umbría. Bernar– done había conducido allí a su hijo frecuentemente. Francisco vendió en Foligno todo lo que llevaba, hasta el caballo, y retornó, lleno de alegría, a Asís. Ese acto tenía para él gran importancia: señalaba su ruptura definitiva con el pasado; a partir de aquel día

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