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CAPITULO IV LUCHAS Y TRIUNFOS (PRIMAVERA 1206-- 24 DE FEBRERO DE 1209) Los biógrafos de San Francisco nos han conservado un rasgo que muestra cuán grande era Iá fermentación religiosa hasta en la pequeña ciudad de Asís. Se vió cruzar constantemente dos calles de Asís por un desco– nocido que dirigía a todos los que encontraba estas solas dos palabras: ¡Paz y bien! ¡Pax et bonum! Expresaba así, a su manera, la turbación de los corazones que no querían aceptar ni las guerras eternas, ni la desi:i,pari– ción de la fe y del amor; eco ingenuo que vibraba bajo esperanzas y terrores que conmovían a toda Europa. ¡Vox clamantis in deserto!, se dirá. No, porque todo grito del corazón, aunque parezca estallar en el vacío, deja una huella, y el grito del desconocido de Asís pudo contribuir en cierta medida a la vocación definitiva de Francisco. Desde el brusco retorno de Espoleto, su vida se hacía cada día más difícil en la casa paterna. El amor propio de Bernardone había recibido de su fracaso una de esas heridas que, en los hombres vulgares, no curan jamás. Si había dado sin contar el dinero despilfarrado en locuras que mantenían a su hijo en un pie de igualdad con los jóvenes nobles, no podía resignarse a verlo dar a manos llenas a todos los mendigos de los caminos. Francisco, constantemente perdido en sus sueños, pa– saba sus días enteros vagando por el campo, y no pres– taba a su padre ninguna ayuda. El tiempo pasaba y crecía la distancia que separaba a los dos hombres, sin que la dulce e insignificante Pica pudiera hacer algo para

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