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58 el segundo dió rosas, el tercero será la edad de los lirios. Si se piensa que en el pensamiento de Joaquín el tercer periodo, la edad del Espíritu, iba a iniciarse, se compren– derá con qué entusiasmo fueron acogidas aquellas pa– labras que volvían a alegrar a las almas turbadas todavía por temores milenarios. Es evidente que San Francisco conoció esas radiosas esperanzas. Quién sabe si no fué el Vidente calabrés quien despertó en su corazón aquella ebriedad de amoi;. Si así fuera, no habría sido tan sólo su precursor; habría sido verdaderamente su padre espiritual. Sea como fuere, San Francisco halló en el pensa– miento joaquinista muchos elementos que debían, sin duda sin darse cuenta de ello, convertirse en los funda– mentos de su instituto. El noble desdén que muestra por todo lo que es cien– cia, y que habría querido inculcar a su Orden, era para Joaquín una de las características de la Era nueva: "La verdad que permanece oculta para los sabios -di– ce- se revela a los niños; la dialéctica cierra lo· que estaba abierto, hace obscuro lo que era claro; engendra las discordias inútiles, las rivalidades y la blasfemia. La ciencia no edifica, puede.destruir, como lo prueban esos escribas de la Iglesia, hinchados de orgullo y de arro– gancia, que, a fuerza de razonar, caen en la herejía". ·Se ha visto que el retorno a la simplicidad evangélica se imponía: todas las fracciones de la herejía estaban de acuerdo, sobre este punto, con los católicos piadosos, pero nadie ha hablado de una manera tan franciscana como Joaquín de Flora. No sólo hacía de la pobreza vo– luntaria uno de los caracteres de la edad de los lirios, sino que habla de ella en páginas de una emoción tan pro– funda, tan vívida, que San Francisco sólo podrá repe– tirlas. El monje ideal que Joaquín ha descripto, que tiene por todo bien una lira, ¿no es un Franciscano por anti– -cipación, aquel con quien soñó siempre el Poverello de Asís? El l!lentimiento de la naturaleza. también se mani-

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