BCCCAP00000000000000000000793

55 Lyón. Su propio pensamiento maduró en un medio muy impregnado de las ideas de los Pobres de Lyón, donde pudieron penetrarle sin darse él cabal cuenta de ello. Las profecías del abate calabrés tuvieron sobre él influen– cia igualmente difícil de señalar, pero igualmente pro– funda. Colocado en los confines de Italia y como en el um– bral de la Grecia, Joaquín de Flora, forma el último anillo de una cadena de monjes profetas que se sucedieron du– rante cerca de cuatrocientos años en los monasterios griegos y ermitas del sud de la península. El más fa– moso había sido San Nil, especie de Juan Bautista agreste y terrible que vivía en los desiertos, pero que los abando– naba bruscamente cuando sus deberes de justiciero exi– gían su presencia en cualquier parte. Un día apareció en la misma Roma, para anunciar al Papa y al empera– dor el desencadenamiento de la ira divina. Diseminados por las soledades alpestres de la Basi– licata, aquellos ermitaños cala'breses se veían obligados a subir cada vez más en las montañas, para alejarse de las poblaciones que, perseguidas por los piratas, gana– ban las montañas. Pasaban así su existencia entre cielo y tierra, con dos mares ,por horizonte. Turbados por el miedo de los corsarios y los gritos de guerra cuyo eco subía hasta sus alturas, se volvían hacia el porvenir. Las edades de los grandes terrores son también las de las grandes esperanzas; debemos a la cautividad de Babi– lonia, con la continuación de Isaías, cuadros que han en– contrado infatigablemente al alma humana; las perse– cuciones de Nerón nos dieron el Apocalipsis de San Juan, y debemos a las borrascas del siglo XII, el Evangelio Eterno. Convertido después de una vida de disipación, Joa– quín de Flora viajó mucho por Tierra Santa, por Grecia y estuvo en Constantinopla. De vuelta en Italia se puso a predicar, aunque era laico, en los alrededores de Renda y de Cosenza. Más tarde ingresó en la orden cisterciense de Cortale (Corace), cerca de Catanzaro, y allí pronunció