BCCCAP00000000000000000000793

54 contra Viterbo, empleó la persuasión y envió a Umbría al cardenal León de Santa Cruz, que reaparecerá muchas veces en este estudio. El sucesor de. Gira¡ldo y cincuenta de los principales · ciudadanos pidieron perdón y juraron fidelidad a la Iglesia. Se ve por lo que acabamos de decir en qué estado de ebullición se encontraba la península durante los pri– meros años del siglo XIII. El relajamiento moral del clero debió ser muy profundo, para que las almas se vol– vieran hacia el maniqueísmo con tanto ardor. Italia puede estar muy reconocida a San Francisco: estaba tan infestada de catarismo como el Languedoc, y él la purificó. No se detuvo a demostrar por silogismos o tesis de teología la vanidad de las doctrinas cataras, pero elevándose por un impulso a la vida religiosa, mos– tró como por ensalmo a sus contemporáneos un ideal nuevo ante el cual se desvanecieron aquellas extrañas sectas, como aves nocturnas que huyen ante los primeros rayos del sol. Gran parte del poder de San Francisco le provenía precisamente de abstenerse por completo de la po– lémica. Toda polémica es siempre más o menos una forma del orgullo espiritual; sólo consigue ahondar los abismos que pretende colmar. La verdad no tiene necesidad de ser probada: se impone. La única arma que quiso em– plear contra los malos fué la santidad de una vida bas– tante llena de amor como para iluminar y reanimar a quienes le rodeaban y obligarles a amar. La desaparición del Cat?,rismo en Italia, sin agitación alguna, es, pues, un resultado indirecto del movimiento franciscano, y no fué el menor. A la voz del Reformador umbriano Italia pareció volver en sí; recuperó su buen sentido y su buen humor; eliminó aquellas ,ideas de pesi– mismo y de muerte, como un organismo robusto elimina los principios mórbidos. Traté de mostrar un poco antes toda la analogía que ofrece la il)iciativa de Francisco con la de los Pobres de

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz