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53 1209 Oton IV, al llegar a Roma para coronarse, encontró una escuela en la que se enseñaba públicamente el ma– niqueísmo. A pesar de su energía, Inocencia III no pudo contener el mal en los Estados de la Iglesia. El caso de Viterbo es bien elocuente sobre las dificultades de la represión: en marzo de 1199 el Papa escribió al clero y al pueblo de esa ciudad para recordar y agravar las penas dictadas contra la herejía. A pesar de ello los patarinos tuvieron mayoría en 1205, y consiguieron nombrar cónsul a uno de los suyos. La cólera del Pontífice fué entonces extrema; fulminó una bula en que amenazaba la ciudad con saquearla, y ordenó a las ciudades próximas arrojarse sobre ella, si dentro de quince días no había dado satisfacción. Fué en vano; los patarinos no parecieron inquietarse mayormente; fué necesaria la presencia del mismo Papa para asegurar la ejecución de sus órdenes y hacer demo– ler las casas de los heréticos y de sus fautores (otoño de 1207). Pero ahogada en un punto, la rebelión se manifestaba en cien otros; en aquel momento triunfaba en todas par– tes: en Ferrara, Verana, Rimini, Florencia, Prato, Faen– za, Treviso, Placenza. El clero católico fué expulsado de esta última ciudad, que quedó tres años sin sacerdotes. Viterbo está a veinte leguas de Asís; Orvieto tan sólo a diez, y los desórdenes fueron en ella igualmente graves. Un noble romano, Pietro Parentio, que representaba en Viterbo a la Santa Sede, quiso exterminar a los patarinos. Fué asesinado. Pero Francisco no tenía que ir tan lejos para ver los heréticos. Las cosas ocurrían en Asís como en las ciu– dades vecinas. Desde 1203, había elegido como podestá a un herético de nombre Giralda di Gilberto, y a pesar de las advertencias llegadas de Roma, se había obstinado en mantenerle a la cabeza de los asuntos públicos hasta la expiración del término de su cargo (1204). Inocencia III, que no había tenido aún que proceder

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